Crónicas desde el Corazón de Italia: Ragusa

DIA 4. Elisa me dice que vamos a buscar espárragos y otras hierbas silvestres para cocinar unos garbanzos a la manera siciliana. Ella es una jovencita típica de Ragusa, una región del sur de Sicilia que ama con fiereza su tierra y sus costumbres. Ragusa es un centro de servicios donde la mayoría de la población vive desde octubre hasta mayo. El verano se despliega sobre la Marina di Ragusa y las mejores fiestas alternativas, pequeños bares y teatrinos están en Ragusa Ibla.

«Todas las noches hay fiesta y se come buen choripán siciliano, cuya principal diferencia con el argentino es el tamaño. Los sicilianos son el doble de grandes y en general se comparten».

Elisa toma un cuchillo cualquiera del cajón y sale con paso decidido. La sigo unos metros detrás. La veo dejar la casa, cruzar la calle y enfilar hacia una plazoleta donde hurga entre las plantas ornamentales buscando lo que su receta necesita. Así encuentra romero fresco y menta «para los mojitos de la tarde», dice. Toma sus hierbas con delicadeza cuidando de no estropear la planta y avanza hacia un nuevo destino. A poco de subir una loma por la misma vereda del barrio encontramos una planta de jazmines y ella corta un par de flores y les sorbe el dulce por el tallito. Doblando la esquina, se termina el barrio y aparece una tierra destinada a cultivos, marcada por dentro en parcelas más pequeñas mediante pircas de piedras blanquecinas. Desde allí se alcanza a ver el borde azul del Mediterráneo. El Sol cae pleno sobre la escena campestre mientras la brisa de octubre refresca ‘nostra ricerca’.

Uno de los paños de alambre tejido que hacen el cierre perimetral está caído. «Está abierto, verdad», dice en español con bello acento italiano para justificar nuestra intromisión a la propiedad privada. Requisamos los contornos en busca de espárragos silvestres que suelen crecer entre las ramas de un arbusto espinoso de la zona y ella es feliz cuando encuentra el primero. Me lo exhibe como un trofeo para que yo entienda exactamente qué buscamos y pueda ir en otra dirección agilizando la recolección.

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Caminamos todos los bordes, junto al alambre de la calle y junto a las parecitas mínimas de adentro, hasta reunir un manojo de espárragos para nuestro almuerzo. Ya regresando, Elisa se inclina sobre el piso para tomar dos grandes manojos de las plantas que cubren el suelo: porcellana. «Questo per l’insalata», dice y sonríe con ojos de almendra. Nos vamos.

En casa, ella me indica lavar con dedicación toda nuestra colecta, mientras ella prepara los garbanzos con el olio d’oliva, el ajo, los espárragos y el romero. Yo preparo la porcellana como si fuera una ensalada de berro, separando sólo las ojitas y tallos más pequeños. En pocos minutos está lista nuestra comida, que acompañamos con unas fetas de provola fresca. Buon appetito signori.

Ragusa, Italia

DIA 5. Alejo es de Mendoza (Argentina) y Amanda, su compañera, es española. Ellos son artistas callejeros y han recorrido varias ciudades europeas hasta llegar a Ragusa Ibla, un pueblito de Sicilia que es patrimonio de la UNESCO, situado a treinta kilómetros de la costa mediterránea. Este centro histórico conecta con la Ragusa moderna por medio de tres puentes que vuelan sobre la quebrada. Las callecitas se retuercen y las escaleras abundan. No tanto como las iglesias, que llegan a verse casi una junto a la otra. Donde quiera que apuntes la mirada hay un campanario y esta noche la luna llena los bendice como la luz cenital al presentador de circo.

La primera semana de octubre de cada año se realiza aquí el «Ibla Buskers», un encuentro de artistas callejeros de todo el mundo que llegan con su colorido arte y sus innovadoras perfomances. Durante los cuatro días que dura el festival se ven shows a la gorra en las calles de piedra que le hacen de perfecto anfiteatro, y el domingo final todos actúan en el espectáculo de cierre. Todas las noches hay fiesta y se come buen choripán siciliano, cuya principal diferencia con el argentino es el tamaño. Los sicilianos son el doble de grandes y en general se comparten.

Se escucha buen rock de los sesenta y setenta, R&B, funky, y cuando de pronto mirás hacia arriba ves que estás bailando adentro de una cueva. La enormes piedras blancas retienen la luz de la noche fresca que quema todo lo que encuentra. A pocos pasos, una escalera te sube al cielo junto a una piccola cascada (sí, una cascadita tienen! alrededor de la cual construyeron el pueblo). El agua en picada silencia los ruidos de la multitud que baila justo ahí donde chocan las ansias de los que han llegado para amarse.

«Desde allí se alcanza a ver el borde azul del Mediterráneo. El Sol cae pleno sobre la escena campestre mientras la brisa de octubre refresca ‘nostra ricerca'».

APASIONADA DEL BUEN VIVIR