Bajo el cielo abierto de Polanco, donde el viento susurra historias de antaño y el sol se despide con un dorado suave, me encontré con un rincón que no solo ofrece un plato, sino que regala una danza de sabores. Chevere es un refugio para los sentidos, un pequeño santuario que, más que un restaurante, se convierte en un canto lleno de vida. La terraza, viva y cálida, se ve envuelta en charlas que flotan como notas en el aire, mientras la naturaleza y el bullicio de la ciudad se abrazan sin prisa.

Una vez en la mesa, los sabores se despliegan ante mí con la suavidad de una melodía que no pide ser escuchada, sino vivida. Las tostadas de atún, frescas como el primer beso del mar, se entrelazan con el daikon y un ponzu que trae consigo un destello ácido, como un rayo de sol que ilumina lo desconocido. Es una invitación a saborear la armonía, un abrazo delicado que me invita a adentrarme más en la magia de lo que está por venir.

Más tarde, el pato llega, sublime y añejado, cubierto de un mole de aceituna que podría contarse entre los secretos más antiguos de la tierra. Es un plato que desafía el tiempo, que se deshace en mi boca con una textura sublime, mientras el tepache de manzana, fresco y juguetón, se entrelaza con cada bocado, equilibrando la riqueza de la carne con su dulzura inesperada.

La coliflor caramelizada, vestida de dorado y bañada en salsa xnipec, juega con mi paladar como una sombra que se vuelve luz. La salsa, picante y fresca, despierta el fuego y la frescura en una danza de contrastes que me deja asombrado por la magia que puede surgir de lo más sencillo. Cada sabor es una historia contada sin palabras, una sinfonía que se mueve de lo suave a lo audaz, como si la comida misma cantara al ritmo de mi respiración.

Y los tacos de pulpo… tan sencillos y tan perfectos. Un pulpo tierno, apenas asado, envuelto en una tortilla que parece entender la importancia de la suavidad. En cada bocado siento el mar, su misterio, su profundidad, todo contenido en una pequeña celebración de sabor. No hay prisa, solo la alegría de lo bien hecho, de lo que se ha cuidado, se ha amado.

En Chevere, el servicio es una caricia que acompaña el festín. No es solo una camarera o un camarero; son guías, son parte de la magia que habita en este lugar. Sus sonrisas se convierten en parte del menú, sus gestos en una extensión de la comida misma, tan amables, tan cálidos, que se siente como si uno formara parte de una fiesta que nunca termina.

Aquí la vida se celebra. Y en cada bocado, bajo la dirección de un chef que ha logrado trascender lo convencional, se descubren historias nuevas, sabores que invitan a dejarse llevar. El talentoso chef Plascencia, recientemente galardonado con una estrella Michelin, junto con el visionario Óscar Torres, ha logrado reunir a grandes personalidades de la gastronomía mundial en un solo lugar. Cada plato es un susurro de creatividad, una provocación a los límites del paladar. La propuesta culinaria de Plascencia es un susurro de innovación y originalidad que desafía los límites de la cocina tradicional.

Entre risas, sabores y la luz que se va extinguiendo poco a poco, me doy cuenta de que, en Chevere, la comida no es solo una necesidad; es un recordatorio de la belleza de lo compartido, del gozo que se encuentra en los pequeños detalles, de la magia de celebrar la vida con cada bocado. Cada rincón de Chevere invita a sumergirse en una experiencia inmersiva, donde la gastronomía se vive como una fiesta llena de sorpresas, emociones y sabores que despiertan todos los sentidos.

CHEVERE
W. chevere.mx

APASIONADA DEL BUEN VIVIR