El Bearfoot Bistro en Whistler no es un restaurante… es un viaje, un rito, una obra de arte en constante evolución. Al entrar en este santuario gastronómico, se percibe que no solo se trata de una cena, sino de una experiencia en la que cada rincón, cada gesto, cada plato tiene un propósito más allá de alimentar. Aquí, la comida es solo el comienzo de una travesía sensorial que desafía los límites de lo que significa disfrutar de la vida, de los sabores y, sobre todo, de la compañía. En este lugar, el lujo no se mide solo en la calidad de los ingredientes, sino en la maestría con la que cada momento se convierte en un recuerdo indeleble.

El viaje comienza en la cava subterránea, una joya escondida que alberga más de 15,000 botellas, cada una esperando ser descorchada en una celebración de la vida. De repente, el aire se llena de emoción, como si un hechizo antiguo flotara entre las paredes de piedra. Frente a una botella perfectamente seleccionada, se me entrega un sable – un símbolo de tradición, de lujo y de aventura. El acto de sablaje, esa tradición que data de la época napoleónica, tiene algo de ritual. Un golpe preciso, un estallido de burbujas que llena la cava de un brillo fugaz, el brindis se alza como una promesa de buena fortuna y la noche comienza a tomar forma como una historia que solo este lugar podría contar.

A medida que avanzamos a la mesa, la experiencia se intensifica. Los platillos que nos aguardan son una coreografía de sabores, texturas y aromas que se funden en una danza que despierta todos los sentidos. Las ostras, frescas y salinas, invitan a un viaje directo al océano, y al primer bocado siento que el mar me rodea, que la brisa fría de la costa golpea suavemente mi rostro. Son el preludio perfecto de lo que vendrá, un testimonio del talento y la dedicación de un equipo culinario que no teme desafiar las normas.

El pato, rojo y jugoso, es un reflejo del compromiso de Bearfoot Bistro con la excelencia. Cada corte es una revelación, cada bocado una sinfonía de sabores que se entrelazan de manera inesperada. Lo que podría parecer un plato sencillo se transforma en una obra maestra, en un homenaje a la tierra y a la perfección del oficio. La jugosidad de la carne, la piel crujiente, el toque justo de especias, foie y frutas, todo se combina para crear un equilibrio sublime que no hace sino reafirmar la visión única de este restaurante: aquí, la comida es un lenguaje, un diálogo entre el chef y el comensal, entre la tradición y la innovación.

La magia continúa: con una destreza casi mágica, se prepara ante mis ojos un helado, no en una cocina distante, sino en mi propia mesa. El espectáculo del nitrógeno líquido transformando los ingredientes en un helado perfecto es tan fascinante como el sabor que acompaña el postre. La suavidad del helado y la frescura que ofrece son la culminación perfecta de una velada llena de momentos sorprendentes y deliciosos.

Y luego, en un giro inesperado, nos trasladamos al Ice Bar, un espacio que, con su temperatura bajo cero, ofrece una experiencia única de degustación de vodka. En este frío glaciar subterráneo, cuatro vodkas de distintas partes del mundo nos invitan a experimentar el sabor de la pureza congelada. El ambiente helado no solo suaviza el alcohol, sino que amplifica los matices de cada uno, haciendo que cada sorbo sea una revelación. Es un juego entre el calor de los momentos vividos en la mesa y el frío que corta la respiración, un contraste que hace que cada trago sea aún más memorable.

Bearfoot Bistro es una celebración de lo que significa vivir el presente. Es un lugar donde los sentidos se despiertan, donde cada bocado, cada bebida, cada gesto se convierte en un testimonio de la belleza efímera que ofrece el momento. En Whistler, este restaurante se erige como un refugio para los buscadores de experiencias auténticas, para los que saben que la vida es, al fin y al cabo, un banquete de momentos que hay que saborear lentamente. Aquí se celebra la magia de lo inesperado, de lo sublime, de lo memorable.

BEARFOOT BISTRO
W. bearfootbistro.com

APASIONADA DEL BUEN VIVIR