Si alguna vez hemos entrado a un lugar que de inmediato nos causa una sensación de bienestar, una delicada vibra que nos hace sentir como en casa de ese alguien tan querido y de confianza que no podemos más que lanzar un suspiro de remembranza, pues así me sentí al entrar a Sonia otra vez, a la distancia de toda una larga pandemia y muchos ires y venires más.

Lo cierto es que antes, después y ahora, este petit restaurante ubicado en Oxford, una de las calles más cortas y escondidas de toda la Colonia Juárez, cuida hasta el más mínimo detalle para que uno la pase tan bien, que el tiempo transcurre volando y casi sin darnos cuenta.

Empezamos por el tema central de la experiencia, su cocina. Y hablando en términos del significado real de la palabra, el sólo hecho de estar ubicada a la vista de todos y desde la entrada a todo el conjunto, nos da un parámetro más de confianza para saber que ahí hay lo que hay, sin más que el ingrediente más fresco del día y desde luego, de la temporada. 

El mobiliario en madera rojiza en sillas y mesas que contrastan con la vivacidad de un azul en matices de cobalto, le confieren al local una atmósfera cálida y de elegante sencillez de antaño. La terraza exterior en el traspatio con plantas y mucha iluminación del exterior, es uno de los spots favoritos para estos días veraniegos sin duda alguna. 

Desde el recetario de la abuela, o las creaciones y mezclas de sabores y aromas que se han pasado en nuestras familias de una generación a otra y de boca en boca prácticamente, son la inspiración y leitmotiv de Sonia, gracias al empeño de sus propietarios y la creatividad de su talentoso chef ejecutivo Edgar Delgado. Es innegable su experiencia previa en Europa trabajando en sitios referentes de cocina galardonada internacionalmente y que es muy evidente, aunque él jamás lo pregona.

Entrando en materia, les invito una probadita solamente enunciada de las enormes posibilidades de disfrutar un almuerzo, una cena con platillos que perdurarán en su mente y en la memoria gustativa que todos almacenamos de alguna manera.

Para que se den una idea, desde las entradas es pura gozadera con la llegada a la mesa de unas picaditas de pulpo más apetitosas y con sabor criollo inconfundible, o el taco de papada de cerdo y las croquetas de papa y bacalao con alioli de chile güero…están de puro antojo.

En principales, el pulpo a la Mario está braseado con un toque crispy sorprenderte y una cocción interior perfecta. La lobina rayada con pipián verde, pak choi y quelites ahumados está de aplauso; los canelones de hongos con queso de montaña, salsa pomodoro o los ravioles de acelga y espinaca con pesto de jitomates secos y parmesano son de locura. 

No se pueden perder las carnitas de guajolote en mole negro y compota de plátano macho. Quedarán fijos en su mente para recordar estas tertulias y correrías gastronómicas compartidas tan gratas donde nada estaría completo sin unos postres también de autoría particular como el pastel tres leches de mazapán, la pavlova de frutos rojos o el camote en tacha, están soberbios.Date una vuelta y quédense a comer, cenar y hasta desayunar también, con una propuesta novedosa y al gusto del cliente, que bien vale registrarlo como un secreto bien guardadito…

APASIONADO DEL BUEN VIVIR